El 31 de mayo, último Domingo de Pascua, celebramos la solemnidad de   pentecostés, cincuenta días después de la resurrección de Jesús, y diez después de ascender a los Cielos, Cristo envía desde el seno del Padre al Espíritu Santo, esta fiesta litúrgica nos hace mirar hacia los comienzos de la iglesia.

 El libro de los Hechos de los Apóstoles narra que, cincuenta días después de la Pascua, en la casa donde se encontraban los discípulos de Jesús, “Vino del cielo un ruido semejante a una fuerte ráfaga de viento (…) y todos se quedaron llenos del espíritu Santo” (Hech. 12,1-13)

Desde este acontecimiento el espíritu Santo unió a los apóstoles en torno a Jesús, LES DIO VALOR para ser sus testigos y se quedó con ellos y con todos los cristianos para siempre. Con la fuerza del espíritu santo se hicieron realidad las palabras de Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de este mundo” (Mat. 28,20)

Pentecostés, es el “bautismo” de la iglesia, que así comenzaba su camino en la historia, guiada por la fuerza del Espíritu Santo”

Pentecostés, cambia el corazón y la vida de los apóstoles y de los demás discípulos. La primera comunidad cristiana, comienza a hablar a las muchedumbres de diversa procedencia de las grandes cosas que Dios ha hecho, es decir, de la resurrección de Jesús, que había sido crucificado. Y cada uno de los presentes escuchaba hablar a los apóstoles en su propia lengua.

Como en aquel día de pentecostés, el Espíritu santo, es derramado también hoy sobre la iglesia y sobre cada uno de nosotros, para que comuniquemos al mundo entero con alegría y entusiasmo el amor misericordioso de Dios y seamos sus misioneros.